Sonata (trompeta y piano) [partitura + parte suelta].

La Sonata para trompeta y piano de Antonio Zanon nos recuerda la grandeza de este músico veronés que todavía debe ser conocido y apreciado fuera del ámbito restringido en el que trabajó, empezando por el Conservatorio de Verona donde enseñó durante veinte años. Fue un gran maestro, pero también un compositor muy refinado, como demuestra esta sonata, dividida en tres movimientos, Allegretto, Nenia somala (no hay que olvidar que Zanon, inmediatamente después del final de la Segunda Guerra Mundial, ganó un concurso para enseñar en Somalia, donde permaneció tres años) y Allegro. Que Zanon estaba fascinado por el neoclasicismo de Stravinsky queda claro desde el primer movimiento, en el que la trompeta desgrana una textura ágil, en la que los ámbitos irónicos se manifiestan a través de un estilo riguroso y "sano" (fue Goethe quien afirmó: "Defino como clásico todo lo que es sano, y como romántico todo lo que es enfermo"), mientras que el piano, de vez en cuando, intenta apoyar al instrumento de viento o legitimar su propio principio estilístico. El lenguaje neoclásico no falta ni siquiera en la somala Nenia, que comienza con acordes que recuerdan a una nana crepuscular, pero que en la sección central vuelve a dejarse llevar por referencias exquisitamente stravinskianas antes de volver a una dimensión más lúgubre, apoyada en una construcción armónica que pone de manifiesto toda la maestría del músico veneciano. Como en el Allegro final, abiertamente virtuoso, en el que los dos instrumentos se entrelazan intencionadamente en un diálogo rítmico y ajustado.